💔 Millonario regresa sin previo aviso y encuentra a sus padres bajo la lluvia: lo que hizo después dejó a todos sin palabras
Sebastián detuvo el coche en medio de la carretera, paralizado por la incredulidad. Su madre, pequeña y frágil, intentó cubrir las cajas con manos temblorosas. Su padre, antaño fuerte y orgulloso, se quedó quieto, mirando la puerta cerrada de su casa mientras dos hombres cerraban la cerradura.
Por primera vez en décadas, Sebastián se sintió impotente. Salió del coche sin abrigo ni paraguas; la lluvia lo empapó al instante.
¡Papá! ¡Mamá!, gritó, su voz abriéndose paso entre la tormenta.
Se giraron, y la expresión en sus rostros no era de alivio. Era de vergüenza. Su madre se cubrió la cara con las manos. Su padre enderezó la espalda, intentando conservar la última pizca de dignidad que le quedaba.
—Sebastián —dijo su padre en voz baja. “No deberías estar aquí, hijo. No es buen momento.”
“¿No es buen momento?” La voz de Sebastián se alzó, temblando de furia. “¿Qué pasa aquí?” Se giró hacia los hombres de la puerta. “¿Quiénes son ustedes? ¿Qué le están haciendo a la casa de mis padres?”
Un hombre levantó un documento, imperturbable. “Somos del banco, señor. La propiedad fue embargada por hipoteca impaga. Hoy es el día del desalojo.”
“¿Hipoteca?” La voz de Sebastián se quebró. “¡Esta casa se pagó hace cuarenta años!” Se giró hacia su padre, desesperado. “Papá, ¿qué pasa con el dinero que te envié? ¿El medio millón? ¿La casa nueva? ¿Dónde está Javier?”
Al mencionar a su primo, Carmen rompió a llorar con más fuerza. Manuel bajó la cabeza. No hay casa nueva, Sebastián. Ni dinero. Javier… nos pidió que firmáramos unos papeles, dijo que eran para los permisos. Pero la construcción nunca empezó. Luego llegaron cartas del banco. Dijo que era un error… que él lo arreglaría. No queríamos molestarte, hijo. Estabas muy ocupado…
El Enfrentamiento
Sebastián sintió una opresión en el pecho. Su primo —de su misma sangre— había tomado el dinero destinado al cuidado de sus padres y lo había usado para hipotecar su única casa. Su arrogancia, su ausencia, lo habían permitido.
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En ese preciso instante, como si el destino quisiera burlarse de él, un coche viejo se detuvo detrás del Mercedes. Javier salió, sonriendo con suficiencia, hasta que vio quién estaba parado bajo la lluvia.
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