Como las cosas no iban bien, lo seguí a escondidas.
Y una noche, me quedé paralizada al verlo entrar directamente en una posada de carretera.
La rabia y la humillación hacia mi madre me ardían en el corazón. ¿Acaso el padre al que había respetado durante tantos años la estaba traicionando así?
Decidí quedarme despierta hasta el final. Después de casi una hora, cuando lo vi salir de la habitación con una mujer, corrí hacia ellos.
“¡Papá…!”, dije con voz tensa, señalándolos con mano temblorosa.
La mujer, al oírme, se giró sorprendida. Y en ese momento, me quedé paralizada: ante mí no había ninguna desconocida… sino mi propia madre.
Se sonrojó, evitando mi mirada, y mi padre permaneció inmóvil, sin saber cómo reaccionar.
Me quedé sin palabras, sin entender. ¿Por qué mi madre? ¿Ambos… se habían quedado allí?
Al ver mi confusión, mi padre me arrinconó, suspiró y lentamente me reveló un secreto que jamás habría imaginado:
“Tu madre… no es mi esposa legal. Vivimos juntos más de 40 años, pero sin papeles. Antes tenía una esposa legal… y ahora ha vuelto, reclamando sus derechos. Para protegerte a ti y a tu madre, tuve que alquilar un alojamiento temporal, escondiéndome como si fuéramos culpables…”
Sentí que me flaqueaban las piernas. ¿Serían todos esos años de “matrimonio” de mis padres solo una verdad a medias? Antes de que pudiera reaccionar, mi madre rompió a llorar y confesó algo aún más impactante:
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