Instalé una cámara porque mi esposo no consumaba nuestro matrimonio después de tres meses. La aterradora verdad que se reveló me paralizó…
Me llamo Marcela, y esta historia es mi propio relato de los primeros tres meses de un matrimonio que parecía perfecto. Tres meses, un tiempo demasiado corto para que la gente se entendiera de verdad, pero lo suficientemente largo para que una pequeña ruptura se formara y creciera silenciosamente, amenazando con destrozarlo todo. Ricardo y yo nos casamos, una boda sencilla pero cálida, con la bendición de nuestra familia y amigos. Todos decían que tenía suerte porque había encontrado al marido perfecto.
Para todos, Ricardo era un hombre maravilloso. Era amable, considerado, tenía un trabajo estable y siempre me trataba con total sinceridad. Recordaba cada aniversario, cada comida que disfrutaba, y siempre me tenía cariño y cariño. Cuando salíamos, siempre me agarraba la mano con fuerza, atrayéndome hacia él como una forma de protegerme. Hacía todas las tareas de la casa, desde cocinar hasta limpiar, sin dejar que me preocupara por nada. También pensaba que era la mujer más feliz del mundo.
Los primeros días después de la boda, nuestra casita se llenó de risas y romance. Pensé que tendríamos lunas de miel apasionadas, momentos dulces como los que había visto en las películas. Estaba mentalmente preparada, ansiosa por ello. Sin embargo, la primera noche, cuando me acerqué a él, Ricardo simplemente me dio un suave beso en la frente y se dio la vuelta. Dijo que estaba cansado, que necesitaba descansar. No le di mucha importancia; le creí, porque, de hecho, un día de boda largo y agotador nos había dejado a ambos exhaustos.
Pero entonces, pasó una semana, un mes, y luego tres meses, y nada había cambiado. Cada noche, esperaba un gesto íntimo de él, un abrazo apasionado, un beso profundo. Pero solo recibía palabras amables, caricias en el pelo, y luego se marchaba, excusándose con el trabajo y el cansancio. Seguía siendo considerado, atento, seguía comprándome flores y cocinando, pero no había ningún gesto íntimo. La confusión y la duda comenzaron a apoderarse de mi alma.