Mi amiga íntima me repetía una y otra vez: “Tienes que seguir adelante”, y aunque parecía imposible, al final encontré la manera de sobrellevarlo.
Siempre estuvo ahí para mí, ofreciéndome consuelo mientras mi dolor se volvía insoportable.
Solo con fines ilustrativos.
Dos meses después, se mudó repentinamente a otro estado por un nuevo trabajo.
Sucedió tan rápido que apenas tuve tiempo de procesar su partida.
Aunque la extrañaba, me alegré de que estuviera buscando nuevas oportunidades.
Un día, decidí visitarla por sorpresa.
Al abrir la puerta, se quedó paralizada, pálida y con las manos temblorosas.
Preocupada, entré y lo que vi casi me desmayó.
Allí, en su sala, había un pequeño monumento que había creado para mi hijo.
⏬ Continua en la siguiente pagina ⏬