La creencia de que el dinero lo soluciona todo
Adrian Beaumont siempre había creído que el dinero podía solucionarlo todo. A sus cuarenta y dos años, era uno de los multimillonarios más conocidos de Nueva York: un magnate tecnológico con rascacielos que llevaban su nombre, un ático repleto de obras de arte invaluables y una agenda tan apretada que nunca dejaba espacio para el silencio. Desde salas de juntas hasta jets privados, vivió una vida admirada por muchos, envidiada por muchos, pero completamente ajena al sufrimiento real.
El encuentro en la tormenta
Una noche, su coche se detuvo en una intersección concurrida. La lluvia golpeaba el techo mientras su conductor maldecía al tráfico. A través del cristal, Adrian divisó una pequeña figura pegada a una farola. Un niño, de no más de doce años, temblaba, empapado hasta los huesos, agarrando algo contra el pecho. Levantó la mano a los transeúntes, pidiendo ayuda, pero la mayoría se dio la vuelta.
Adrian sintió un tirón inusual. Al bajar la ventanilla, el rugido de la tormenta llenó el coche. Fue entonces cuando se dio cuenta: el bulto en brazos del niño no era solo “algo”. Eran dos bebés diminutos, envueltos en mantas finas, cuyos débiles llantos casi se ahogaban bajo la lluvia.
“Detente”, ordenó Adrian.
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