Una madre de 70 años fue a ver a su hijo para pedirle dinero para su tratamiento médico; su hijo solo le dio un paquete de fideos y luego la echó educadamente. Cuando llegó a casa y lo abrió, quedó en shock y no podía creer lo que veía…

Una madre de 70 años fue a ver a su hijo para pedirle dinero para su tratamiento médico; su hijo solo le dio un paquete de fideos y luego la echó educadamente. Cuando llegó a casa y lo abrió, quedó en shock y no podía creer lo que veía…

Una madre de 70 años fue a ver a su hijo para pedirle dinero para su tratamiento médico. Su hijo solo le dio un paquete de fideos instantáneos y luego la echó amablemente. Cuando ella lo abrió en casa, quedó atónita y no podía creer lo que veía…

Era una tarde lluviosa. Dolores, encorvada y apoyada en su bastón, caminaba lentamente por un camino de tierra con grava en las afueras de la provincia de Quezón. En su hombro colgaba una vieja bolsa de tela desgastada, que solo contenía algunos papeles médicos y unos pocos pesos —apenas lo suficiente para comprar un pan de sal.

Tenía 70 años y las piernas le temblaban, pero ese día decidió ir a buscar a su hijo, Ramón, el hijo que había criado con todo el amor y sacrificio de una madre.

Sufría una enfermedad cardíaca; el médico le dijo que necesitaba una cirugía urgente que costaría decenas de miles de pesos. No tenía esa cantidad, así que no le quedó otra opción que ir a pedirle ayuda a su hijo. Ramón era ahora el dueño de una tienda de materiales de construcción en Ciudad Quezón, con una gran casa y un coche reluciente. Ella creía que, por muy ocupado que estuviera, su hijo no dejaría sufrir a su madre.

 

 

 

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