En la madrugada del 24 de agosto de 1689, los gritos más desgarradores que jamás se habían escuchado en el Nuevo Reino de Granada atravesaron el aire húmedo de Cartagena de Indias. Cuatro cuerpos se retorcían en agonía mientras el aceite hirviendo derretía su piel, aplicado por las manos de una mujer que había perdido todo lo que amaba.
María de Cartagena, una esclava angoleña de 28 años, acababa de ejecutar la venganza más meticulosa y brutal documentada en la América colonial. En una sola noche, convirtió a sus torturadores en víctimas de sus propios métodos. Esta es la historia de cómo el dolor maternal se transformó en una furia imparable.
Cartagena de Indias era, en 1689, el puerto negrero más importante del Imperio español. Sus murallas de coral protegían el mercado de carne humana más lucrativo del continente. En el corazón de esta ciudad vivía don Antonio Maldonado de Mendoza, un cruel comerciante de esclavos cuya residencia en la Plaza de los Coches albergaba a su familia y a 47 esclavos domésticos.
Entre ellos estaba María. Había llegado en 1681, capturada en Angola donde había sido Enegola María, una princesa menor. Su inteligencia la hizo indispensable para la casa, pero también la puso en el centro de la crueldad de la familia.
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