A las cinco de la mañana, con el embarazo avanzado y apenas despierta, me sobresaltó la furia de mi marido. “¡Levántate y prepara el desayuno para mis padres!”, gritó. Me puse una mano en el estómago y, en ese momento, me di cuenta de que algo estaba a punto de cambiar para siempre.

Comparto esta historia porque el silencio nunca me protegió.
Hablar sí.

Y ahora os pregunto, sinceramente:

Si estuvieras en mi lugar ¿habrías elegido hablar esa mañana?

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