A los 65 años, finalmente se casó con la hija de su viejo amigo, pero en su noche de bodas, cuando ella se quitó suavemente el vestido, la verdad oculta debajo lo dejó conmocionado y cambió sus vidas para siempre.

Las lágrimas corrían por el rostro de Clara. —Hace unos años, antes de conocerte, quedé atrapada en un gran incendio. Destruyó parte de mi casa. Mi padre me salvó, pero llevo estas cicatrices desde entonces. Se avergonzaba de mí, se avergonzaba muchísimo. Por eso luchó tanto contra nuestro matrimonio: pensaba que te merecías a alguien «perfecto». Pensaba que yo no tenía nada que ofrecerte más que vergüenza.

El voto matrimonial

Arthur se arrodilló ante ella; sus manos, de sesenta y cinco años, temblaban al extenderlas hacia ella. Besó las cicatrices con suavidad, una a una, como si cada una fuera una palabra de una historia que solo él podía leer.

—Clara —dijo con la voz quebrada—, no son defectos. Son prueba de tu fortaleza, de la vida por la que luchaste. Ahora eres más hermosa para mí que nunca. Y te juro que valdrá la pena.

Clara sollozó y escondió el rostro en su hombro. Por primera vez, sintió…

 

 

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