A los 65 años, finalmente se casó con la mujer que había amado en secreto durante años, pero lo que descubrió en su noche de bodas lo cambió todo.

Arthur no sabía qué lo sobresaltaba más: la forma en que ella lo miraba sin piedad, o la forma en que su risa despertaba algo dentro de él que creía que había muerto hacía mucho tiempo.

Durante las siguientes semanas, se encontraron hablando más, a veces tomando un café, a veces paseando por el parque cerca de la casa de Richard. Compartían poemas favoritos, canciones antiguas y recuerdos de momentos tranquilos en lugar de grandes aventuras.

La sabiduría y la calma de Arthur parecieron tranquilizarla, mientras que su energía y optimismo comenzaron a sanar las partes de él que el dolor había vaciado. Ninguno de los dos lo esperaba, pero algo tierno comenzó a florecer entre ellos, algo que se sentía como esperanza.

Amar al mundo se negó a aceptar

Cuando Richard descubrió la verdad, su reacción fue rápida y furiosa.

—¡Vas a deshonrar a la familia! —gritó con voz temblorosa de indignación—. ¡Es tan joven que podría ser tu hija!

Le prohibió a Clara volver a ver a Arthur. Las cartas fueron destrozadas, las puertas cerradas con llave, y el nombre de su hija quedó prohibido en casa de Arthur.

Pero el amor tiene una forma de escaparse por las grietas.

Arthur empezó a aparecer fuera de las puertas de la finca de Richard, esperando verla aunque fuera un instante. Y cuando Clara lograba escabullirse, pasaba una nota doblada a través de los barrotes de hierro; cada mensaje vibraba de anhelo y fe.

«Te esperaré», escribió una vez. «No importa cuánto tiempo tarde».

Su amor, en lugar de desvanecerse, se fortaleció con cada obstáculo. Pasaron los meses. Los rumores se extendieron por el pueblo. Sin embargo, ninguno flaqueó. Y una mañana de primavera, Clara tomó la decisión que su corazón exigía.

Dejó la casa de su padre y regresó con Arturo. Contra todo juicio, contra la cruel risa del mundo, decidieron casarse.

Una boda de segundas oportunidades

El día de su boda llegó bajo un cielo dorado y nubes suaves. Los vecinos acudieron con curiosidad, algunos incrédulos, otros con silenciosa admiración.

Sonrió suavemente. «Tienes miedo», dijo. «Tranquilo».

Ella asintió con la mirada baja. “Solo… necesito que entiendas algo”, susurró.

⏬ Continua en la siguiente pagina ⏬

Leave a Comment