“No… no sé”, susurró Curtis, tomando otra copa para ahogar la inquietud.
En la clínica, Laura siguió adelante con firme determinación. Firmó el consentimiento, respiró hondo y cerró el expediente. Este era su futuro. Comenzaron los tratamientos hormonales, y con ellos, una sensación de renovación. No miraba atrás.
Curtis, ajeno a todo, celebraba lo que consideraba un éxito. Cada vez que la duda asomaba, la acallaba con whisky, reconfortado por la promesa de Carol: «Pronto tendrás un hijo propio».
Una mañana, una tarjeta color crema se deslizó bajo la puerta del hotel de Curtis: «Ven a ver lo que dejaste atrás». Creyendo que era el gesto dramático de Carol…