
Años después del divorcio, comenzó a burlarse de ella nuevamente, pero la encontró con trillizos y un jet privado.
Esa noche, Laura se acurrucó en el sofá, envuelta en una manta que no la abrigaba. Margaret, su amiga de toda la vida, llegó con dos cafés humeantes y una bolsita de pasteles. Una sola mirada a los ojos de Laura lo dijo todo. “No salió bien”, murmuró Laura, con lágrimas deslizándose por sus mejillas. “No hay posibilidad, al menos no de forma natural.”
Margaret dejó el café en la mesa y se sentó a su lado. “Lo natural no significa mucho hoy en día, ¿verdad?”, dijo con dulzura.
“Sé que me lo has dicho antes, pero no puedo dejarlo ir”, susurró Laura tras una pausa. “Quiero ser madre, Margaret. Más que cualquier otra cosa.”
Su amiga asintió con silenciosa comprensión. “Entonces, ve a por ello. Pero hazlo por ti, no por venganza, no por Curtis. Hazlo porque mereces la felicidad.”
Esas palabras encendieron algo dentro de Laura. Un destello de determinación comenzó a crecer. Se dio cuenta de que no podía esperar a que otros definieran su vida. Dos semanas después, pidió cita en la clínica de fertilidad. Escondida en un modesto edificio entre una floristería y una lavandería, albergaba la clave de su futuro.
Cuando la recepcionista le preguntó si quería el expediente de Curtis, Laura respondió sin dudarlo. “Sí”. Durante la consulta, la enfermera le recordó que la muestra de esperma aún era viable y legalmente suya: Curtis había firmado la autorización hacía mucho tiempo. Parecía una historia de película, pero esa era su realidad.
Esa noche, mientras se cepillaba el pelo frente al espejo, Laura abrió la carpeta con los detalles del procedimiento. Junto a ella había una polvorienta foto de boda.
“Tú nunca quisiste esto”, susurró. “Pero yo sí”. Guardó la foto en un cajón, lo cerró con fuerza y dejó atrás el pasado.
El día siguiente marcó el inicio de la FIV. Esta vez, no necesitaba aprobación ni permiso. El sueño era solo suyo, y nada podría arrebatárselo.
Mientras tanto, Curtis disfrutaba de su nueva vida. Reclinado contra el cabecero de terciopelo de una suite de hotel, removía whisky en un vaso mientras Carol aparecía con su bata de seda. “Estás terriblemente callada”, bromeó ella, dando un sorbo a su bebida.
“¿Pensando en tu ex?”, insistió con una sonrisa burlona.
Curtis rió secamente. “Ya no es asunto mío”.
“Seguro que todavía está llorando por ti”, dijo Carol, retocándose el lápiz labial. “Quizás ya haya adoptado un gato”.
Curtis devoró la idea. “La dejé sin hijos. De verdad, le hice un favor”.
Aun así, sus palabras lo inquietaron. “¿Crees que todavía se aferra a la esperanza?”, preguntó Carol. “Tú eras su mundo entero”
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