Valeria se mordió el labio, con lágrimas resbalando por sus mejillas.
—Yo… pensaba decírtelo. Pero en ese momento todo se volvió un caos. Mi familia me presionaba, tú estabas ocupado… Tenía miedo de que me odiaras, miedo de que me dejaras…
Alejandro guardó silencio, bajando la vista hacia el bebé que le devolvieron, y lo tomó con manos temblorosas. Una sensación extraña, mezcla de familiaridad y descubrimiento, lo envolvió. Un instinto poderoso emergió en él: el instinto de un padre.
—Valeria… no importa lo que haya pasado, no voy a dejarte sola a ti ni a nuestro hijo —dijo despacio, con voz firme, como una promesa.
Ella lo miró, con los ojos aún enrojecidos pero llenos de un destello de esperanza. Afuera, en el pasillo, el llanto claro del bebé resonó, como anunciando un nuevo comienzo… no solo para el niño, sino también para dos personas que alguna vez se habían perdido.