Al final, Hanna y Ryan no se casaron ese día. Pero siguieron juntos. Su historia había cambiado, y con ella, su visión del matrimonio. Para ellos, ya no era una ceremonia suntuosa, sino un compromiso profundo, uno que solo podía basarse en la sinceridad.
Hoy planean una nueva celebración, lejos del ojo público, sin presiones familiares y, sobre todo, sin secretos. «Lo que nos pasó fue terrible», confiesa Hanna, «pero creo que también fue lo que nos salvó».
Esta historia nos recuerda que incluso los días supuestamente perfectos pueden verse destrozados por verdades ocultas. Pero también demuestra que el perdón y el amor, cuando son genuinos, pueden sobrevivir a lo inesperado.
Gracias a todos los que leen estas líneas.