Duermo mejor con sábanas limpias”, murmuró. “Además… se ensucian un poco”.
“¿Sucias?”, pensó Ethan. *¿Cómo?* No había estado en casa. La inquietud se coló como una corriente de aire frío por una ventana rota. Esa noche, no pudo dormir; imágenes de traición parpadeaban tras sus ojos cerrados.
A la mañana siguiente, compró una pequeña cámara oculta y la guardó discretamente en la estantería, frente a la cama. Le dijo a Lily que tenía un viaje de diez días a Chicago, pero en lugar de eso, alquiló una habitación cerca, decidido a ver qué ocurría cuando él no estuviera.
La segunda noche, su corazón latía con fuerza al abrir la cámara de su teléfono. La habitación parecía oscura, bañada por la suave luz de la lámpara de noche.
22:30 – La puerta se abrió.
Lily entró con algo cerca del pecho. Ethan entrecerró los ojos al mirar la pantalla. Al principio, pensó que era una almohada hasta que ella la puso sobre la cama. Era su vieja camisa de boda, descolorida y arrugada, la que había conservado durante más de una década.
Se subió a la cama, aferrándose a la camisa con fuerza, como si lo estuviera abrazando. Entonces susurró, con la voz temblorosa en la silenciosa habitación:
“Te extrañé otra vez hoy… Siento no haber podido quedarme con nuestro bebé… Me equivoqué… Por favor, no te enfades más conmigo”.
Ethan se quedó sin aliento. Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras la veía llorar sobre la tela que era como su camisa, la reliquia de su corazón.
Las sábanas “sucias” no eran la prueba de la traición que temía. Estaban empapadas de sus lágrimas.
Ethan se cubrió la cara con las manos, abrumado por la culpa. Mientras él perseguía ascensos y reuniones, ella se había dedicado sola a mantener vivo su hogar y su amor.
A la mañana siguiente, ya no pudo soportarlo más. Condujo a casa temprano, sin avisar.
Lily estaba afuera tendiendo la ropa cuando él se acercó por detrás y la rodeó con los brazos. Ella dio un pequeño respingo y luego sonrió, asombrada.
“¡Has vuelto temprano! ¿Pasó algo?”
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