Desde aquel día, cada noche,
Marisol preparaba agua tibia y pomada para cuidar a doña Teresa.
La salud de la mujer mejoró poco a poco,
su sonrisa volvió a iluminar la casa,
y Diego, liberado del peso de la culpa,
se convirtió en un esposo aún más cariñoso.

Todas las dudas se disiparon,
dejando solo gratitud, ternura y comprensión.
Marisol pensó entonces:

“Si aquella noche no lo hubiera seguido,

quizás habría pasado mi vida entera sin saber
cuán grande era, en verdad, el corazón del hombre con quien me casé.”