Cuando Emily Parker se casó, creyó firmemente haber encontrado la felicidad eterna. Su esposo, Daiel, era todo lo que ella había soñado: amable, trabajador y tranquilo. Compartían una pequeña y acogedora casa en Vermont con Margaret, la madre viuda de Daiel.
Al principio, la vida parecía tranquila. Pero solo unas semanas después de la boda, Emily empezó a notar algo extraño. Cada noche, justo después de quedarse dormida, Dariel se levantaba silenciosamente, abría la puerta y desaparecía por el pasillo hasta la habitación de su madre.
Intentó restarle importancia, susurrándose a sí misma: «Solo está preocupado por ella. Es mayor y no está muy sana».
Pero las semanas se convirtieron en meses, y los meses en años, y Dariel nunca se detuvo.
No importaba lo frío o tormentoso que fuera el día, él siempre dejaba la cama para estar con su madre.
Cuando Emily finalmente preguntó, Dariel solo dijo en voz baja:
“Mamá se pone nerviosa cuando está sola por la noche. Volveré cuando esté dormida”.
Pero lo hizo.
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