Casada durante un año, su esposo dormía en la habitación de su madre todas las noches. Una noche, ella echó un vistazo… y descubrió una verdad impactante.

Pasaron los meses, luego un año. Grace empezó a sentirse dolorosamente sola en su propia casa. Cuando confrontó a Ethan, este solo sonrió suavemente.

“Por favor, cariño… Mamá ha estado sola tantos años. Solo puede descansar cuando estoy a su lado. Solo un ratito, ¿de acuerdo?”

Pero ese “rato” se alargó hasta convertirse en años. Seguían sin tener hijos. Algunas noches, Grace se despertaba con tenues murmullos tras la puerta cerrada de la señora Turner: voces, a veces sollozos.

Cuando le preguntó al respecto, Ethan solo dijo: “Mamá se asusta fácilmente, así que cierra la puerta con llave para sentirse segura”.

Su duda se agudizó. Hasta esa fatídica noche lluviosa. Ethan dijo su frase habitual: “Voy a examinar a mamá un rato”, y se fue.

Lo que vio la dejó atónita.

Ethan no estaba durmiendo junto a su madre; estaba sentado a su lado, sosteniendo su mano temblorosa. La voz de la Sra. Turner tembló al susurrar: «No me dejes, John… Eres igualito a tu padre. No te vayas».

Grace se quedó sin aliento. A la mañana siguiente, se le quebró la voz al confrontar a su esposo.

 

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