Casada por un año, cada noche su marido dormía en el cuarto de su madre. Una noche, ella miró a escondidas… y descubrió una verdad impactante.
Pasaron tres meses, luego seis. Linh empezó a sentirse sola dentro de su propio hogar. Intentó hablar con Nam, pero él solo sonreía con calma:
—“Cariño, mamá ha estado sola tantos años… Solo puede dormir tranquila cuando estoy a su lado. Ten paciencia un tiempo, ¿sí?”
¿Un tiempo? Linh se preguntaba cuánto duraría ese “tiempo”, mientras los años pasaban. Ya llevaban tres años casados y aún no tenían hijos. A veces, al despertarse a las dos de la madrugada, escuchaba murmullos detrás de la puerta cerrada del cuarto de su suegra: voces ahogadas, como de alguien intentando contener el llanto.
Un día, al llamar a la puerta por la mañana, notó que estaba cerrada con llave desde dentro. Le pareció raro, pero Nam solo respondió con su sonrisa de siempre:
—“Mamá se asusta con facilidad, cierra la puerta para sentirse más segura.”
La duda crecía en Linh. Hasta aquella noche lluviosa de julio. Nam le dijo su habitual: “Voy un momento con mamá”, y salió. Linh esperó. Después de una hora, se levantó, descalza, y se acercó al cuarto iluminado tenuemente. Su corazón latía con fuerza mientras miraba por la rendija.
Lo que vio la dejó sin aire.
Nam no dormía junto a su madre. Estaba sentado a su lado, tomándole la mano, con los ojos rojos. La señora Thu murmuraba frases repetitivas, perdidas en la confusión:
—“¿Por qué me dejas, hijo? Eres igual que tu padre… No te vayas, no me dejes.”
Linh comprendió que estaba ante algo más profundo que cualquier sospecha.
Al día siguiente, con los ojos hinchados de no dormir, Linh le dijo a su marido:
—“Quiero saber la verdad. Anoche lo vi.”
Nam quedó en silencio, luego suspiró y habló con voz temblorosa:
—“Mamá… sufrió un trauma muy grave después de la muerte de papá. Pero él no murió en un accidente, como todos creen. Se suicidó.”
Linh se quedó helada. Nunca nadie en la familia había mencionado eso.
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