Y entonces… casi me desmayo.
En la habitación, mi esposo no estaba abrazando a ninguna mujer. Él estaba de rodillas, con velas, incienso y una vieja fotografía frente a él. Sus ojos rojos, mientras murmuraba el nombre de una mujer y lloraba como un niño.
Esa mujer… no era una desconocida. Era la foto de boda con su primera esposa, fallecida hacía 5 años.
Él quería dormir solo, no porque me engañara, sino porque necesitaba, en silencio, “volver” a esos recuerdos, a ese primer amor que jamás había olvidado.
Me dejé caer al suelo, con lágrimas en los ojos. La rabia se desvaneció, solo quedó un dolor amargo mezclado con compasión: todo este tiempo no era que me estuviera traicionando, sino que yo vivía con un corazón que nunca me había pertenecido.
Me quedé sentada en el suelo frío, con los dedos temblorosos aún aferrados al borde del agujero. La imagen de mi esposo de rodillas ante el retrato de su difunta esposa me atravesaba el alma. Yo temía a otra mujer viva, a una traición, pero resultaba que competía con una sombra del pasado