Me desplomé en el suelo de la cocina, llorando hasta que Alma se despertó, llorando también.
Ni siquiera me dejaron ver su tumba. La borraron de mi vida como si nunca hubiera existido.
Me dediqué por completo a trabajar y a criar a Alma. Terminé mis estudios y empecé a diseñar casas en lugar de solo construirlas. La gente notó mi talento.
En tres años, tenía mi propia empresa. Alma creció siendo una niña brillante y feliz, igual que su madre.
Pasaron cinco años. La vida continuó y el dolor se convirtió en un latido débil.
Hasta que llegó la invitación.
Esteban, mi mejor amigo de años, se casaba. Perdimos el contacto después de que se alistara en el ejército, pero ahora quería que estuviera en su boda.
¿Qué te parece, Almita? ¿Vamos a ver casarse al tío Esteban? —pregunté mientras coloreaba.
“¿Habrá pastel?” preguntó seriamente.
Me reí. «Sí, uno grande y elegante».
—Entonces vámonos —decidió, volviendo a su dibujo.
La boda fue en un resort en la costa, lleno de flores blancas y brisa marina. Esteban me abrazó fuerte al llegar.
—¡Mírate, tío! ¡Qué ganador! —dijo, dándome un golpecito en el brazo—. Y esta belleza debe ser Alma.
Alma sonrió tímidamente.
La ceremonia fue preciosa. Los invitados llenaron las sillas blancas en la playa. Alma se sentó a mi lado, moviendo los pies y jugando con la flor que le había puesto en el pelo.
La música empezó y todos se pusieron de pie.
La novia caminó por el pasillo con el velo cubriendo su rostro.
Y entonces llegó el momento.
Esteban sonrió al verla acercarse. Al llegar a su lado, le levantó el velo con delicadeza.
Dejé de respirar. Las lágrimas corrían por mis mejillas antes de darme cuenta de que estaba llorando.
Alma me miró confundida. «Papá, ¿por qué lloras?».
Me quedé congelado, mirando el fantasma de mi ex esposa muerta con un vestido de novia.
Lucía sonrió a los invitados, pero sus ojos se abrieron cuando me vio con nuestra hija.
Y luego ella salió corriendo.
Esteban la llamó, desconcertado, pero ella ya había desaparecido. Me puse de pie, con las piernas temblorosas.
“Quédatela.” Y al final, me di cuenta de que la mejor venganza había sido construir una vida feliz sin ella.