 
			Cómo el regalo de 12 dólares de una mujer se convirtió en una lección de bondad que cambió su vida
Solo a modo de ejemplo.
Ese día, se marchó no solo radiante, sino con una presencia imponente, lista para asistir con orgullo a la boda de su hijo.
A la mañana siguiente, el salón se llenó del aroma de flores frescas: una sorpresa suya. Más tarde esa semana, su hijo y su esposa vinieron a explicarme que las flores se habían pagado con parte del dinero de su regalo de bodas, un gesto que ella insistió en hacer para agradecerme.
Ese simple acto de gratitud me conmovió profundamente.
Me inspiró a empezar a ofrecer sesiones de belleza gratuitas una vez al mes a personas mayores, viudas y a cualquiera que esté pasando por momentos difíciles; una pequeña idea que se convirtió en algo mucho más grande: El Proyecto Espejo, una organización sin ánimo de lucro dedicada a restaurar la confianza y la dignidad a través del cuidado y la compasión.
Con el paso de los meses, el proyecto se extendió a albergues, residencias de ancianos y comunidades mucho más allá de mi salón. Cada sonrisa de gratitud, cada lágrima derramada frente al espejo me recordaba que la belleza no es solo lo que vemos, sino también lo que damos.
Un día, recibí una carta escrita con letra temblorosa de la misma mujer. Me contó que había sobrevivido a una grave enfermedad y que recordar su reflejo de aquel día la ayudó a seguir luchando. Aquella mujer —con su voz temblorosa, sus doce dólares y su dolor silencioso— había cambiado no solo su propio reflejo, sino también el rumbo de mi vida.
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