Cuando la vida se desmorona y vuelve a unirse: un viaje de sanación

Hay momentos en la vida en que el suelo cede sin previo aviso y todo lo que creías seguro de repente se desmorona.

Para mí, ese momento llegó en mi propia sala, cuando el hombre con el que había construido una vida anunció que quería el divorcio. Dijo que se iba y que yo me las arreglaría con nuestros cuatro hijos. El impacto fue profundo, pero lo que más me impactó fueron sus últimas palabras: distantes, despectivas y desinteresadas.

Esa noche, en lugar de rogar o discutir, empaqué lo que pude. Reuní a los niños, cerré la puerta de un hogar que había cultivado durante más de una década y me adentré en lo desconocido. El matrimonio terminó poco después, dejando atrás miedo, dolor y confusión, pero también una serena claridad que se fortaleció con el tiempo.

Los primeros meses fueron abrumadores. Hice malabarismos con el trabajo, las rutinas escolares, la sanación emocional y responsabilidades que nunca había llevado sola. El agotamiento se volvió familiar. Sin embargo, bajo el caos, algo inesperado comenzó a cambiar. Empecé a percibirme de nuevo. Salí a caminar sin prisas, organicé mi espacio, leí libros que me ayudaron a pensar y preparé comidas que me nutrieron en lugar de apresurarme. La mujer que se había desvanecido bajo años de compromiso regresó lentamente.

Viejos amigos reaparecieron.

 

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