
Cuando su esposa enfermó gravemente, el esposo enseguida inició una aventura con la criada, incluso prometiendo entregarle la tierra. Pero el día de la firma de los documentos, toda la familia quedó atónita ante su verdadera identidad.
“Papá, escucha primero”, dijo Asha con firmeza, con un tono tranquilo pero firme.
La cinta sonó. Al principio, la voz de Pooja argumentó: «Señor, solo necesito una casa…». Luego siguió otra grabación: su voz por teléfono a una amiga:
«Esa anciana no durará mucho. La propiedad de la Colonia Nuevos Amigos pronto será mía. El Sr. Rajesh está débil y solo; cederá si presiono un poco…».
Rajesh se quedó paralizado, con la piel pálida. Se enfrentó a Pooja, temblando ahora, con el rostro pálido como la tiza.
«¡Pooja, di algo!», imploró.
Ella lloró, intentando excusarse, pero no le salieron las palabras.
Solo para fines ilustrativos.
Asha se enderezó, con la mirada fija en Pooja. «Mi madre acaba de fallecer, y ya estás tramando algo tan audaz. No dejaré que mi padre pierda lo que construyó durante toda su vida. Vete de nuestra casa. Ahora mismo».
Pooja bajó la cabeza, se cubrió la cara y salió corriendo por la puerta, dejando la escritura sin firmar sobre la mesa.
Rajesh se desplomó en una silla, hundiendo el rostro mientras las lágrimas le caían. Su esposa se había ido, y ahora incluso su confianza en sí mismo estaba destrozada. Le murmuró a su hija, con la voz quebrada: «Asha… me salvaste».
Asha lo abrazó. «Lo hice para protegerte a ti y a este hogar, el mismo hogar que mi madre protegió hasta su último aliento».
La noche del sur de Delhi quedó en silencio. Rajesh comprendió entonces: el mayor tesoro no era la pasión nacida del vacío, sino la verdad y los lazos familiares: lo que Meera había dejado atrás y lo que Asha ahora conserva.