Desde que acepté que mi padrastro viviera conmigo, el dinero del armario ha ido desapareciendo poco a poco. Lo seguí en secreto y me avergoncé al descubrir la verdad.
Ahora tengo 30 años. Papá se fue de casa cuando yo tenía seis, dejándonos a mamá y a mí solas en este mundo. Mi madre nunca se volvió a casar y trabajó en dos o tres empleos para mantenerme. Durante muchos años, las dos dependíamos la una de la otra en una habitación alquilada en Ciudad Quezón.
Después de terminar la universidad y conseguir un trabajo, la vida ya no fue tan difícil para mi madre. A través de un conocido de la parroquia, conoció a un hombre llamado Tito Danilo, mi tío Dan.
Tito Dan estuvo casado una vez y tuvo un hijo, pero ese niño vive con su madre biológica en Laguna. Casi no nos vemos, así que nuestra relación es débil.
Desde que estoy con mamá, mi tío Dan ha sido muy bueno conmigo. Siento que realmente me quiere, que me trata como a su propia hija. Pero en mi corazón, aún hay distancia, y oculto todo lo que siento.
Hasta que un día, sin querer, escuché una conversación entre mi madre y mi padrastro. Llegué temprano a casa, me quedé fuera de la puerta y oí a mamá decir que le gustaría tener otro hijo para completar la familia. Tito Dan se negó con dulzura:
“Ya tenemos a Lyn, basta. Me temo que si tengo otro hijo, piense que ya no es importante. Aunque todavía no me ha abierto del todo su corazón, en el mío ya es mi hija biológica. Ha vivido sin padre desde pequeña, así que debo darle todo mi amor.
Ya eres mayor; sería arriesgado tener otro hijo ahora. ¿Quién la cuidaría si me pasara algo? No quiero que Lyn sufra”.
No pude contener las lágrimas. El hombre al que en secreto temía me amaba con toda su alma. A partir de ese día, mi perspectiva cambió; le abrí mi corazón y, poco a poco, me fui acercando a Papá Dan. A los 24 años me casé y, poco después, tuve un hijo. Con el amor de mi esposo, el cariño de mis suegros y un trabajo estable en Ortigas, no podía pedir más. Pero la tragedia me golpeó: mi madre falleció de una enfermedad grave. Me desplomé por un tiempo. Pensando en todo lo que mi tío había hecho por mí y mis hijos, decidí traer a papá Dan a vivir con nosotros en Pasig para que lo cuidara, como una forma de recompensarlo.
Al principio, mi tío se negó y dijo: “No molestes a los niños”. Le rogué mucho hasta que aceptó volver.
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