Mi hijo, todavía secándose las lágrimas.
A la mañana siguiente, llevé a mi hijo al ayuntamiento del barangay para que conociera al orientador del programa de crianza. Practicó decir “Lo siento” y “La próxima vez preguntaré primero”. Esa noche, mi hijo escribió una tarjeta de disculpa y la dejó en el armario: “Prometo no volver a robar dinero”.
Esa noche, preparé una pequeña bandeja con comida y encendí dos velas: una para mamá y otra para el nuevo prometido. Le dije a mi tío:
“De ahora en adelante, todos los gastos de la casa estarán visibles en el refrigerador; la llave de mi armario colgará en un gancho alto; mi esposo y yo nos turnaremos para revisar; y te daré el dinero claramente cada semana”.
Mi tío sonrió: “Solo con reglas en casa los niños crecen”.
Días después, el niño estaba orgulloso: había ahorrado…