Sé que nunca se me dio bien escuchar. Intenté liderar cuando debería haber seguido. Pero amarte fue lo único que nunca cuestioné. Incluso después de firmar los papeles, seguías siendo mi esposa en mi corazón. Espero que algún día me perdones. Ya me perdoné por dejarte ir, porque verte libre importaba más que conservarte.
Me hundí en la silla del pasillo y lloré como una mujer de la mitad de mi edad.
Yo había querido la libertad.
Lo que realmente quería… era la paz con el hombre que una vez amé.
Y ahora, a los 75 años, me di cuenta de la verdad más cruel de todas:
A veces no se pierde el amor en el matrimonio.
Lo pierdes en el momento en que crees que todavía tienes tiempo.