Nunca quise esto… Pero ella necesitaba que alguien la escuchara. Eras su esposo, quien la cuidaba… pero ya no eras quien la comprendía. Estaba sola… incluso en tu amor.
Esteban no dijo nada más. Salió de casa, todavía con la cartera que había vuelto a buscar, ahora símbolo del momento en que todo cambió. El camino de vuelta al trabajo se le hizo el doble de largo.
Llovió ese día.
Más tarde, se mudó a Veracruz para vivir con familiares. Sin demandas. Sin exigencias. Firmó rápidamente el divorcio y le dejó la casa a Sofía.
“Considere esto como mi agradecimiento por cinco años de matrimonio”, escribió con letra temblorosa pero firme.
Volvió a la docencia, esta vez en una pequeña escuela de pueblo. La vida era más lenta, más triste… pero también más fácil.
Un día alguien le preguntó:
“¿Te arrepientes de haber sacrificado tanto?”
Esteban meneó la cabeza y sonrió cansadamente:
No. Porque cuando amas de verdad, no cuentas el precio. Pero de ahora en adelante… aprenderé a amarme a mí mismo primero, antes de amar a nadie más.
Esta historia no tiene villanos ni santos perfectos. Esteban no era culpable de amar demasiado. Sofía no era culpable de querer recuperar su vida.
La verdadera tragedia… fue que ambos creían que el amor era suficiente para preservar todo, incluso aquello que hacía mucho tiempo que había muerto en silencio.