
Después de dos horas en un hotel con mi jefe, volví a casa para alimentar a mi esposo discapacitado, pero lo que descubrí destrozó mi realidad.
A la mañana siguiente, llegué al trabajo con los nervios a flor de piel.
Pero el Sr. Grant se había ido. Su asistente dijo que había volado a Nueva York al amanecer.
Solté un suspiro tembloroso. ¿Alivio? Quizás. Pero algo no me cuadraba.
Entonces llegó otro mensaje.
Un número desconocido:
“Emily, gracias por lo de anoche. Soy Jake, pero no tu Jake”.
Se me heló la sangre.
Marqué el número.
Se cortó.
Corrí a casa.
Jake estaba donde lo dejé: quieto, callado, con la mirada fija.
“¿Sabes algo?”, pregunté en un susurro.
Me miró. Luego, lentamente… sonrió.
“Emily, sé cuánto has hecho. ¿Pero estás segura de que el hombre de esa habitación de hotel era realmente tu jefe?”
Se me heló la sangre.
Volví a sacar el contrato. La firma no era la del Sr. Grant.
Decía: Jake Harrison.
El nombre completo de mi esposo.
Revisé el registro de depósitos.
También de: Jake Harrison.
Esa noche no pude conciliar el sueño.
Me senté junto a Jake, intentando desentrañar este lío.
¿Con quién había estado realmente?
A las 3:00 a. m., apareció otro mensaje.
“No me busques. Solo usa el dinero. Sálvalo. Ya ha pasado por bastante”.
⏬ Continua en la siguiente pagina ⏬