Durante A.U.T.O.P.S.I.A de EMBARAZADA, Médico oye LLANTO de BEBÉ y nota 1 detalle que lo deja PARALIZADO!

Vanessa recompuso el rostro de inmediato, cambiando la expresión amarga por una sonrisa discreta. “Adelante”, dijo ella, ya poniéndose de pie. Pablo apareció en la puerta sosteniendo una bandeja con un vaso. Aquí está el jugo de maracuyá que la señora pidió, dijo educadamente. Vanessa caminó despacio hasta él y cerró la puerta con cuidado. Luego se acercó, tomó el vaso, pero ignoró por completo la bebida. En su lugar, miró al mayordomo a los ojos y soltó una breve y provocadora risa.

Señora, ¿todavía me llamas así? dijo riendo. No hace falta mantener las formalidades, no cuando estamos solos. Pablo sonríó algo incómodo. Solo estoy manteniendo el personaje. Vanessa soltó otra risita corta y sin dudarlo se lanzó a sus brazos. El beso fue rápido, intenso y enseguida lo llevó de la mano hasta la cama. Bajo las sábanas, con el cuerpo entrelazado al de Pablo, Vanessa parecía relajada por primera vez. ¿Estás seguro de que es seguro que esté aquí contigo?”, susurró Pablo.

Vanessa sonrió con picardía y respondió, “Tranquilo, conozco bien a mi hermana. A esta hora ya debe estar dormida y más con ese embarazo. Además, cerré la puerta con llave. Nadie nos va a encontrar.” Pablo asintió lentamente con la mirada aún dudosa y luego levantó los ojos hacia Vanessa. La habitación estaba en silencio, pero cargada de una tensión espesa. Y entonces preguntó en voz baja, “¿Cuál es el plan?” Vanessa lo miró con firmeza. No había ni una pizca de duda en su tono ni en su mirada.

El plan es el mismo de siempre, no ha cambiado en nada”, respondió con seriedad. “Vamos a mandar a mi hermanita tonta directo al ataú.” Esas palabras hicieron que un escalofrío recorriera la espalda de Pablo. Conocía bien el rencor que Vanessa guardaba por Valeria, pero escuchar aquello dicho con tanta frialdad lo dejaba inquieto. Se preguntaba cómo era posible tanto odio hacia su propia hermana y más aún siendo gemelas. Vanessa comenzó a escupir su rabia sin frenos. Todo es culpa de ella.

Siempre fue culpa de ella, dijo levantándose de la cama y comenzando a caminar de un lado a otro. Siempre fue la preferida, la perfecta, la gemela que todos amaban. Todo le caía del cielo. Hasta Eduardo lo consiguió. La que debía estar casada con él era yo. La que debía vivir en esta mansión, ser la dueña de todo este imperio, era yo. Con cada palabra, su tono aumentaba, su respiración se aceleraba, el rostro de Vanessa se contraía en una expresión amarga, oscura.

La verdad era clara. Vanessa odiaba a su propia hermana con todas sus fuerzas. A pesar de ser gemelas, no podían ser más diferentes. Mientras Valeria era dulce, sencilla y generosa, Vanessa estaba impulsada por la envidia, la codicia y el desprecio por los demás. intentaba disimularlo, intentaba imitar a su hermana, copiaba sus gestos, su forma de hablar, su manera de comportarse, pero en el fondo lo único que sentía era envidia y odio. Cuanto más veía a Valeria conquistar cosas en la vida, más su propio fracaso le parecía una bofetada en la cara.

La gota que colmó el vaso fue el día en que Eduardo apareció en sus vidas. En aquella época, Valeria había aceptado un trabajo extra en una fiesta infantil para complementar sus ingresos. Sabiendo que su hermana necesitaba dinero, la invitó a ir con ella. Vanessa odiaba a los niños, pero aceptó de todos modos ese evento lo cambiaría todo. La fiesta era para una sobrina del propio Eduardo, heredero de un imperio empresarial. En cuanto se enteró, Vanessa se sintió fascinada por el millonario.

Hizo de todo para llamar su atención, para destacar, pero no sirvió de nada. Eduardo solo tuvo ojos para Valeria y en poco tiempo los dos estaban juntos enamorados. De vuelta en el cuarto de huéspedes, Pablo se acomodó en la cama y miró a Vanessa con cierta preocupación. ¿Y no hay otra manera? Preguntó. No podrías. No sé, robarle el marido, hacer que Eduardo se enamore de ti. Vanessa soltó un suspiro impaciente y puso los ojos en blanco. Claro que no respondió volviendo a caminar de un lado a otro inquieta.

¿Tú crees que él va a dejarla ahora con un hijo en camino? Ese mocoso es un lazo entre ellos, ¿entiendes? Mientras ella esté viva, si ese bebé nace, Eduardo nunca va a ser mío. Nunca me va a ver como la mujer ideal. La única solución es sacar a Valeria del camino de una vez por todas a ella y a ese bebé del demonio. Se detuvo frente a la cama y tomó el bolso que había dejado sobre el sillón.

Con una sonrisa siniestra, abrió el cierre y sacó un pequeño frasco levantándolo con orgullo. Aquí está, dijo con los ojos brillando. Mi pasaporte a una nueva vida. Cianuro de potasio. Esto va a mandar a Valeria directo al infierno. Pablo tragó saliva. Observó el líquido transparente dentro del frasco con una sensación de malestar en el estómago. Pero antes de que pudiera decir algo, notó otro frasco dentro del bolso. Su mirada fue directo a él. ¿Y ese otro? preguntó señalándolo.

 

 

 

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