Historias con moraleja – Durante diez años crié a mi hijo sin padre. Todo el pueblo me despreciaba hasta que un día, unos lujosos coches negros se detuvieron frente a mi choza, y lo que sucedió después hizo llorar incluso a la gente más cruel.
Por Han tt – 31/10/2025
El calor de la tarde oprimía nuestro pequeño pueblo, convirtiendo el camino de tierra en un polvo seco y crujiente. Yo, Hanh, estaba agachada en el patio trasero de nuestra choza, recogiendo ramitas secas para el fuego. Mis manos estaban ásperas y quemadas por años de trabajo.
En la puerta, mi hijo Minh, de diez años, me observaba. Tenía los ojos de su padre: curiosos, profundos y llenos de preguntas para las que no tenía respuesta.
«Mamá», preguntó en voz baja, «¿por qué no tengo un padre como los demás niños?».
La pregunta me hirió profundamente. Durante diez años, esperé ese momento, ensayando explicaciones que nunca me convencían. Forcé una sonrisa y dije: «Ven a ayudarme a recoger estas ramas».
Se agachó a mi lado. «El padre de Duc vino hoy a la escuela. El padre de Lan le trajo una mochila nueva. ¿Y la mía?».
Tragué saliva. «Tu padre te quería mucho», dije en voz baja. «Pero tuvo que irse».
«¿Cuándo volverá?».
«No lo sé, hijo mío. No lo sé».
Diez años de silencio
Conocí a Thanh cuando tenía veintidós años. Era de la ciudad: camisas limpias, un reloj brillante y una voz segura que hacía que mi pequeño mundo pareciera más grande. Dijo que se quedaría en nuestro pueblo durante el verano, y pronto nos volvimos inseparables.
Él me enseñó sobre las luces de la ciudad y los rascacielos; yo le enseñé a saber cuándo iba a llover observando a los pájaros. Cuando le dije que estaba embarazada, se llenó de alegría. «Mañana vuelvo a casa», prometió. «Hablaré con mis padres y regresaré por ti. Nos casaremos».
Me besó las manos y se fue con una sonrisa. Esperé tres días. Luego una semana. Luego meses. Nunca regresó.
Escribí cartas a la dirección que me dio, pero no obtuve respuesta. Su tía dijo que tampoco había tenido noticias suyas. Y pronto comenzaron los rumores.
La crueldad del pueblo
«Embarazada sin marido», decían, negando con la cabeza. «Qué vergüenza».
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