«El dinero no es gran cosa, pero quiero que mis hijos vivan con rectitud y en armonía. No entristezcan mi alma en el más allá».
Al registrar de nuevo los sacos, encontré un pequeño trozo de papel. Era la letra temblorosa de mamá. «Estas tres mantas son para mis tres hijos. Aquel que todavía me ame y recuerde mis sacrificios lo entenderá. El dinero no es gran cosa, pero quiero que vivan con rectitud y en armonía. No entristezcan mi alma en el más allá».
Apreté la carta contra mi pecho, sollozando. Mamá lo había previsto todo. Era su manera de ponernos a prueba. Llamé a mis hermanos. Cuando llegaron, puse la carta sobre la mesa. Se instaló un pesado silencio. Solo nuestros sollozos rompían la quietud de la habitación.
Mi decisión
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