El multimillonario vio a un niño pobre con el collar de su hija desaparecida… Lo que descubrió después lo cambió todo.
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El mundo de Thomas M. se derrumbó en el momento en que vio el pequeño colgante de oro que colgaba del cuello sucio de un niño de la calle. Le temblaban tanto las manos que casi se le cae el teléfono, y el corazón le latía con fuerza como si acabara de recibir una descarga eléctrica. Este collar… era imposible. Tenía que serlo.
Su esposa, Sofía, susurró el nombre de su hija desaparecida, con lágrimas en los ojos por primera vez en cinco años. Ese día, Thomas regresaba de otra reunión frustrante cuando decidió tomar una ruta diferente por las calles del centro de Chicago. A los 42 años, había construido un imperio inmobiliario de 300 millones de dólares. Pero toda su fortuna nunca había podido devolverle lo que más anhelaba en el mundo: encontrar a su hija de seis años, que había desaparecido misteriosamente durante un paseo por el parque.
El niño no debía de tener más de diez años. Estaba sentado contra una pared de ladrillos rojos, descalzo, andrajoso, con el rostro hundido por el hambre. Pero fue el collar lo que le dio escalofríos a Thomas. Exactamente el mismo que le había regalado a Sofía por su quinto cumpleaños: un colgante en forma de estrella con una pequeña esmeralda en el centro, hecho por un joyero exclusivo de Nueva York. Solo había tres en el mundo, y él sabía exactamente dónde estaban los otros dos.
Thomas detuvo su Bentley, ignorando el bocinazo furioso a sus espaldas. Se acercó lentamente al niño, que lo miraba como un animal asustado, listo para huir.
“Hola”, dijo Thomas, intentando sonar tranquilo. “Este collar… ¿de dónde salió?” El niño se acurrucó aún más, agarrando una bolsa de plástico sucia. Sus ojos azules, extrañamente similares a los de Thomas, lo miraron con miedo y sospecha.
“No lo robé”, susurró. “Es mío”.
“No digo que lo hayas robado”, respondió Thomas en voz baja, arrodillándose. “Solo quiero saber… de dónde salió. Se parece mucho a un collar que conocí.”
Un destello cruzó los ojos del chico, quizá un atisbo de reconocimiento. Instintivamente tocó el colgante, como si fuera un talismán.
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