“Siempre lo he hecho”, dijo simplemente. “Desde que tengo memoria”.
Thomas sintió un nudo en el estómago. ¿Cómo era posible? Luchó contra los pensamientos descabellados que comenzaban a formarse en su mente.
“¿Cómo te llamas?”, preguntó.
“Alex. Alex Thompson”.
“¿Thompson?” El nombre sonaba falso, como si lo hubiera memorizado.
“¿Cuánto tiempo llevas viviendo en la calle?”
“Unos años… ¿Por qué tantas preguntas? ¿Eres policía?”
“No”, dijo Thomas. “¿Tienes hambre? ¿Puedo comprarte algo de comer?”
El chico miró el dinero con anhelo, pero seguía desconfiando.
“¿Por qué harías eso?”
“Porque todos merecen una buena comida”. Thomas sintió que el corazón se le llenaba de esperanza y miedo. ¿Y si…? ¿Y si era Sofía? ¿Y si era ella?
Caminaron hacia un pequeño café. El niño aceptó a regañadientes, todavía nervioso. Comió su sándwich como si no hubiera visto comida en días.
“¿Tus padres… murieron hace mucho?”
“Nunca tuve. Crecí en un hogar de acogida.”
“¿Y este collar? ¿Te lo regaló alguien cuando eras un bebé?”
“No lo sé. Siempre lo he tenido. Es todo lo que tengo.”
Esta respuesta impactó a Thomas. Sofía también protegía el collar de la misma manera.
“¿Cuál fue el último hogar de acogida en el que estuviste?”
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