Pero un día, le dijo con frialdad:
“Ya compré los billetes, ¿para qué malgastar el dinero? Iré sola, y mientras tanto, tú ve a casa de tu madre en el pueblo y ayuda en la casa”.
La mujer no sabía qué decir. Tenía seis meses de embarazo y le dolía la espalda con la más mínima flexión, pero no se atrevió a discutir.
Su marido se fue de vacaciones y la enviaron a casa de su suegra, al pueblo, donde el baño estaba detrás de un granero, el agua solo estaba fría y el único lugar para descansar era en los parterres del jardín.
Todas las mañanas, su suegra preparaba sopa, le ponía un cuenco delante y le decía:
“Solo cuando termines de trabajar podrás comer”.
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