En el funeral de mi padre, mi marido se inclinó hacia mí y murmuró: “No eres necesaria aquí”. Yo simplemente sonreí.

La verdad era simple: nunca necesité a Tomás. Solo necesitaba recordar quién era antes de él.

Al final, me mudé a un ático en Paseo de Gracia, convertí una de las propiedades en un centro de apoyo y comencé a trabajar con los asesores de mi padre, aprendiendo a gestionar lo que él había construido.

Un día, mientras firmaba un acuerdo importante, me di cuenta de algo:
mi padre no solo me dejó una fortuna.

Me dejó una nueva vida.

Uno en el que yo elijo a quién dejar entrar.

¿Y a quién dejar en el pasado?

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