La habitación quedó en silencio.
Cerré los ojos, preparándome para lo que toda novia tiene que afrontar. Pero unos segundos después, oí… su voz, muy baja:
«Puedes dormir, Anna. No te tocaré… no hasta que estés lista».
Abrí los ojos y me giré.
En la oscuridad, yacía de lado, de espaldas, manteniendo la distancia, como si temiera que si me tocaba, me haría daño.
En ese momento, mi corazón se enterneció.
No esperaba que el hombre que todo el mundo consideraba frío pudiera ser tan tierno.
Cuando desperté, la luz se filtraba por las cortinas.
Sobre la mesa había una bandeja de desayuno: un vaso de leche caliente, un sándwich de huevo y un papel con las siguientes palabras escritas:
«Fui a la oficina. No salgas si llueve. – E.»
Tomé el papel y las lágrimas brotaron de mis ojos.
Durante más de veinte años, he llorado por la traición de los hombres, pero esta es la primera vez que quiero llorar por sentirme querida.
Unas semanas después, escuché una conversación entre Caroline y su médico.
Su voz era débil:
«Mi corazón está fallando. Solo quiero que Ethan tenga a alguien a su lado cuando yo no esté. Anna es buena. No lo abandonará por su condición».
Y lo entendí.
Ethan no es como los demás hombres.
Tiene una malformación congénita: no puede ser esposo.
Me quedé en shock y luego se me hizo un nudo en la garganta.
Antes pensaba que era un simple reemplazo, pero resultó que me eligieron por amor y confianza.
Desde ese día, decidí: pase lo que pase con este matrimonio, no lo abandonaré.
Una noche lluviosa, Ethan sufrió un infarto grave.
Entré en pánico y lo llevé al hospital.
En su delirio, me apretó la mano con fuerza y susurró:
«Si algún día te cansas, puedes irte. La casa… es tuya. No quiero que sufras por mi culpa».
Rompí a llorar.
¿Desde cuándo este hombre se había apoderado de mi corazón?
Le apreté la mano y le respondí:
«No me voy. Eres mi esposo, Ethan. Eres mi hogar».
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