En mi noche de bodas, cuando me arropé con la manta, la verdad me hizo temblar: la razón por la que la familia de mi esposo me regaló una villa de dos millones de dólares fue para casarme con una sirvienta pobre como yo.

Cuando Ethan despertó, sonrió: la primera sonrisa desde nuestra boda.

No tuvimos un matrimonio «normal», pero tuvimos algo mucho más valioso: respeto, comprensión y un amor silencioso y duradero.

La villa junto al lago, que una vez fue un regalo por lástima, ahora se ha convertido en un verdadero hogar.

Planté crisantemos en el porche, Ethan pintó en la sala.

Por la noche, nos sentábamos juntos a tomar té, escuchando la lluvia y compartiendo sueños sencillos. Quizás la felicidad no reside en la perfección, sino en encontrar a alguien que, a pesar de sus defectos, elija amar y permanecer a tu lado.

Y lo sé, lo encontré, justo en aquella noche de bodas llena de emoción.

Han pasado diez años desde aquella noche de bodas, la noche en que conocí a Ethan.

 

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