A partir de entonces, cuestionó cada movimiento que hacía, socavó mi autoridad y filtró detalles de la empresa a la prensa. Los medios me apodaron “La Heredera Accidental”.
Trabajé más duro.
Las noches se convirtieron en amaneceres. Estudié balances, manuales legales y contratos de energía hasta que se me nubló la vista. Conocí a todos los empleados que pude, desde ingenieros hasta conserjes, escuchando a la gente que nadie más veía.
Poco a poco, empezaron a creer en mí.
Una noche, después de catorce horas seguidas, David apareció en mi puerta con café. “Pareces haber pasado por una guerra”, dijo con ligereza.
“Sí”, suspiré.
“Estás ganando”, dijo. “La mitad de la junta ya te respeta”.
“La mitad no es suficiente”.
Sonrió. “Toda revolución empieza con la mitad”.
Algo en su voz me tranquilizó. No era adulación, era fe. No me había dado cuenta de cuánto lo extrañaba.
Entonces, una noche, todo…
⏬ Continua en la siguiente pagina