En nuestro aniversario, vi a mi esposo echar algo en mi copa. La cambié por la de su hermana…

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Aunque el día estaba nublado, no era un gran disfraz, pero era mejor que nada. “Mantente en contacto”, dijo Pilar acompañándome hasta el taxi. “Y recuerda, si algo no te cuadra, vete enseguida.” “Lo prometo.” La abracé y subí al coche. Durante el trayecto miraba por la ventana, atenta a si algún coche no seguía.

Pero las calles estaban llenas del tráfico habitual de la tarde y no noté nada sospechoso. Le pedí al taxista que me dejara a una calle de la biblioteca. Caminé el resto del trayecto echando vistazos a mi alrededor. El antiguo edificio de la Biblioteca Nacional se alzaba al final de la calle. Sus muros de piedra parecían custodiar miles de secretos. Uno de ellos quizás tenía que ver conmigo y con mi familia.

Subí los anchos escalones y crucé la entrada principal. Dentro hacía fresco y reinaba el silencio. Algunos visitantes estaban sentados en la sala principal, concentrados en libros o frente a sus portátiles. El bibliotecario en el mostrador no me prestó atención cuando pasé junto a el rumbo a las escaleras.

La sala de libros raros estaba en el tercer piso. Subí despacio con pasos suaves. No había nadie en el pasillo. Me acerqué a la puerta de la sala y eché un vistazo con cautela. Era una habitación grande, con techos altos y ventanas orientadas al oeste. El sol ya comenzaba a ponerse tiñiendo todo con una luz dorada. Las estanterías formaban un laberinto en el que era fácil perderse.

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En la esquina del fondo vi a mi suegro. Estaba sentado en una mesa de espaldas a la ventana, por lo que su rostro quedaba en penumbra. Frente a él había una carpeta con documentos. Respiré hondo y entré en la sala. Él levantó la cabeza al oír mis pasos. Su expresión era una mezcla de alivio y preocupación.

Elena, dijo en voz baja, viniste. Sí, respondí sentándome frente a él. Quiero saber la verdad, toda la verdad. Miró a su alrededor, como asegurándose de que no había nadie cerca y empujó la carpeta hacia mí. Mira esto. Abrí la carpeta y vi fotografías. Muchas fotografías. En todas aparecía Miguel con una mujer almorzando en un restaurante, paseando por el retiro, entrando a un hotel.

En algunas se tomaban de la mano, en otras se besaban. ¿Qué es esto?, pregunté, aunque ya lo sabía. Miguel te engaña, dijo él desde hace más de un año. Ella se llama Alejandra Ríos. Trabaja en uno de sus clubes nocturnos. Pero eso no es todo. Pasó la página y aparecieron documentos, balances, extractos bancarios, contratos. El negocio de Miguel está en ruinas, continuó.

En los últimos dos años ha tenido muchas pérdidas. Ya ha cerrado tres restaurantes y dos clubes están al borde de la quiebra. tiene deudas, grandes deudas, y algunos de sus acreedores no son precisamente pacientes ni amables. Pasaba las hojas intentando asimilar la información, las cifras, los gráficos, todo apuntaba a lo mismo.

Miguel estaba al borde del colapso financiero. Pero, ¿qué tengo que ver yo en todo esto? Y Carmen. Mi suegro suspiró y sacó otro documento del bolsillo interior de su chaqueta. Aquí está tu póliza de seguro de vida. Miguel aumentó la suma asegurada hace 6 meses, 3 millones de euros. Y él es el único beneficiario. Tomé el documento con manos temblorosas.

En efecto, la cifra había sido aumentada y recordé haber firmado esos papeles. Miguel me dijo entonces que era algo rutinario, una actualización por inflación. No le di importancia. Quería matarme por el seguro. Mi voz temblaba, pero tres millones no bastarían para salvar su negocio si sus deudas son tan grandes. No es solo por el negocio, respondió mi suegro en voz baja.

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¿Hay algo más? La casa en la que vivís. Según los documentos, está a nombre de los dos. Pero hay un detalle. Si algo te pasa, tu parte no va para Miguel, sino para Carmen. Miguel te pidió varias veces que cambiaras el testamento. ¿Lo recuerdas? Asentí. Sí, lo mencionó varias veces el último año. Decía que había que actualizar los papeles, que era algo normal, pero siempre lo fui postergando por falta de tiempo.

Y hace dos semanas, continuó él, logró convencer a Carmen de firmar un poder legal para gestionar sus bienes, incluido lo que podría heredar. ¿Qué? No podía creerlo. Sí le dijo que era para proteger su patrimonio de impuestos y otros problemas, que era por su bien. Ella le creyó. Siempre confió en su padre. Sentí que un nudo subía por mi garganta. Entonces, si yo si yo hubiera muerto, mi parte de la casa pasaba a Carmen y Miguel con ese poder podría disponer de ella. Venderla, hipotecarla. Exacto. Asintió.

Más el seguro, más tus ahorros personales, que también irían a parar a Carmen, por tanto, a él. lo suficiente para saldar sus deudas más peligrosas y empezar de nuevo con otra mujer, sin una esposa que le estorbe. Miraba los documentos frente a mí y solo podía pensar en una cosa. Él quería matarme. Mi marido quería matarme.

“¿Pero por qué me estás ayudando?”, pregunté alzando la vista hacia mi suegro. Siempre estuviste de su lado. Él sonrió con tristeza. Quiero a mi hijo Elena, pero no puedo permitir que se convierta en un asesino y no puedo permitir que destruya la vida de Carmen. Es mi nieta y la amo tanto como a mi hijo. Y Lucía, ella sabía todo esto. Mi suegro asintió.

Sí, siempre supo todos sus secretos y lo apoyaba. Nunca te quiso. Pensaba que no eras digna de esta familia. Cuando Miguel le contó sus problemas, fue ella quien le dio la idea, deshacerse de ti y cobrar el dinero. Recordé aquella conversación que escuché por casualidad meses atrás. Tienes que solucionar este problema, Miguel.

¿Hasta cuándo vas a esperar? En ese momento pensé que hablaban de negocios. Ahora entendía que hablaban de mí. Yo era el problema que había que solucionar y mi suegra también estaba al tanto. No, negó con la cabeza. Isabel no sabe nada ni de los problemas financieros ni de los planes de Miguel. Ella cree que simplemente están pasando por una crisis matrimonial. ¿Y ahora qué? Pregunté.

¿Qué hago con todo esto? Tienes que protegerte”, dijo con firmeza y proteger a Carmen. Tengo un abogado de confianza. Puede ayudarte con los documentos. Revocar el poder que Carmen le dio a Miguel. Blindar tus bienes. Tienes que ir a la policía. Pero no tengo pruebas de que él echara algo en mi copa. Si las tienes. Hay una grabación de la cámara de seguridad del restaurante. Yo la vi.

Se ve claramente como Miguel añade algo a tu copa. ¿Viste la grabación? ¿Cómo? Tengo contactos en el restaurante. Pedí el video con la excusa de que quería comprobar si algún camarero había cogido unos gemelos que supuestamente perdí esa noche. Me la dieron y vi. ¿Y qué se ve exactamente? Miguel añade algo a tu copa cuando tú te levantas al baño.

Luego vuelves, te sientas y poco después cambias las copas. La tuya y la de Lucía. Me quedé inmóvil. ¿Lo viste? ¿Y no se lo diste a la policía? No. Hice una copia, pero no la entregué todavía. Quería hablar contigo primero. ¿Por qué? Porque quería entender qué había pasado. ¿Por qué cambiaste las copas? ¿Sabías que Miguel había echado algo? Asentí. Sí, lo vi.

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Estaba junto a una columna y lo vi claramente. No sabía qué hacer. Entré en pánico y decidí cambiar las copas. No quería dañar a Lucía, lo juro. Solo quería protegerme. Mi suegro me miró largo rato, luego asintió despacio. Te creo. Y creo que la policía también te creerá, especialmente cuando vean el video. Pero pueden acusarme de intentar envenenar a Lucía.

Sabía que en la copa había algo y aún así la cambié. Fue defensa propia. Elena, no sabías lo que había en esa copa. Solo reaccionaste ante una amenaza. Cualquiera habría hecho lo mismo. No estaba del todo segura de que fuera tan simple, pero asentí. ¿Y ahora qué? ¿Debo ir a la policía? Sí, dijo con decisión. Cuanto antes mejor.

Miguel no va a dejar de buscarte y cuando te encuentre no sé de lo que es capaz. Está desesperado y la gente desesperada hace cosas terribles. Recogí los documentos y los metí de nuevo en la carpeta. Gracias por todo. Él sonrió con tristeza. No me des las gracias.

Solo estoy haciendo lo correcto, aunque me duela ver en qué se ha convertido mi hijo. Salimos de la biblioteca juntos, pero por diferentes salidas. Me dio el contacto del abogado y me insistió una vez más en que fuera a la policía cuanto antes. Le prometí que lo haría. De camino a casa de Pilar intentaba ordenar mis pensamientos.

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Lo que acababa de descubrir era demasiado, demasiado doloroso. Mi marido, el padre de mi hija, el hombre con el que compartí 20 años de mi vida, quería matarme por dinero, por otra mujer, por empezar una nueva vida sin mí. Pilar abrió la puerta apenas toqué el timbre. Con solo ver mi cara, supo que las noticias no eran buenas. ¿Qué pasó? ¿Qué te dijo tu suegro? Entré al salón.

Me senté en el sofá y le conté todo lo que había averiguado. Pilar escuchó sin interrumpir, asintiendo o negando con la cabeza de vez en cuando. Dios mío, Elena dijo cuando terminé. Es es terrible. No puedo creer que Miguel sea capaz de algo así. Yo tampoco lo creía, pero los documentos, las fotos, lo que dijo su padre, todo encaja. ¿Y qué vas a hacer ahora? lo que me recomendó mi suegro.

 

 

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