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Juegos familiares
Estábamos justo por salir cuando sonó mi teléfono. En la pantalla aparecía el nombre de Carmen. Es mi hija le dije a Pilar. Tengo que contestar. Pilar asintió y se apartó para dejarme hablar en privado. “Hola, cariño”, dije intentando sonar tranquila. “¿Cómo estás, mamá?” Su voz sonaba tensa, asustaba. “Mamá, ¿dónde estás?” “Estoy con una amiga, te lo dije.
¿Qué pasa?” “Mamá, tienes que venir ya.” La tía Lucía despertó. está consciente y está hablando. Está diciendo cosas raras sobre ti, sobre papá. Sentí como el corazón se me detenía por un instante. ¿Qué está diciendo? Dice que te vio cambiar las copas, que intentaste envenenarla, pero también dice cosas raras sobre papá, como si él quisiera. Mamá, ¿qué está pasando? La policía ya está aquí.
Están tomando su declaración. Preguntaron por ti. Mamá, por favor, ven. Miré a Pilar, que se giró al notar el cambio en mi voz. Carmen, escúchame con atención. No le digas a nadie dónde estoy, ni a la policía ni a tu padre. Voy a ir, pero antes tengo que hacer algo importante. Y por favor, ten cuidado. No te quedes a solas con tu padre.
¿Qué? Mamá, me estás asustando. ¿Por qué debería tenerle miedo a papá? Solo haz lo que te digo. Confía en mí. Te lo explicaré todo cuando llegue, pero ahora necesito que estés segura. Corté la llamada y miré a Pilar. Lucía ha despertado. Me vio cambiar las copas y se lo dijo a la policía. Murmuró Pilar. Eso lo cambia todo.
Ahora tienen a un testigo. Estás en peligro, Elena. No solo yo, dije con la voz temblorosa. Carmen también. Si Miguel se entera de que Lucía ha contado la verdad, si se da cuenta de que sus planes fueron descubiertos, está desesperado y un hombre desesperado puede hacer cualquier cosa. Entonces, hay que actuar ya, dijo Pilar con decisión. Vamos directo a la policía.
Buscamos al tal García, les mostramos los documentos, les contamos todo. Tienen que protegerte a ti y a Carmen. Asentí tratando de mantener la calma. Sí, tienes razón. No hay otra opción. Salimos de casa y subimos al coche de Pilar. Yo estaba demasiado alterada como para conducir.
Durante el camino a la comisaría intenté llamar a mi suegro, pero no contestaba. Quizá también estaba en el hospital junto a la cama de su hija. Oh, peor aún, Miguel ya había descubierto su traición. La comisaría nos recibió con su habitual bullicio. El agente de guardia, tras el mostrador, nos miró con una mezcla de cansancio y desgana.
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