Envió a su esposa al manicomio para casarse con su amante, pero justo en medio de la boda ella apareció en un superdeportivo con un “regalo” que lo destruyó todo…

Pero Rodrigo evitó su mirada. No había espacio para ella en su mente, solo para Camila.

Un año después, Rodrigo planeó una boda por todo lo alto. Lo que no sabía era que Mariana había salido del hospital tres meses antes. Se había mudado a casi 200 kilómetros de la capital, había aprendido a conducir y había vendido todas sus joyas para comprar un superdeportivo usado de 2016. Tenía un solo objetivo: asistir a la boda, no a mendigar, sino a cerrar el capítulo de su vida.

La música sonó a todo volumen mientras el maestro de ceremonias anunciaba el corte del pastel nupcial. En ese momento, el rugido de un motor resonó fuera de la sala, ahogando la orquesta. Todos los invitados voltearon la cabeza sorprendidos. Un deportivo negro apareció frente a la entrada y frenó a fondo, levantando una nube de humo blanco.

Mariana salió. No llevaba vestido de gala ni peinado de salón. Llevaba un sencillo vestido blanco, el pelo suelto y una mirada fría y fija. En sus manos, llevaba una caja de regalo elegantemente envuelta. Toda la sala quedó en silencio.

Rodrigo se quedó paralizado, con el rostro ceniciento:

“M-Mariana… ¿Qué… qué haces aquí?”

No respondió, solo sonrió. Subió al escenario y le entregó la caja a Camila. Su voz, clara, resonó en la sala llena de espectadores:

“Felicidades a las dos. Este es mi regalo de bodas. Les aseguro que nunca lo olvidarán”.

Camila, temblando, abrió la caja. Dentro no había bombas ni armas, sino un fajo de documentos oficiales: las escrituras de propiedad de toda la cadena de restaurantes y el contrato de transferencia firmado por Rodrigo.

Mariana continuó con calma:

“Todo lo que tiene hoy lo construí con mi sacrificio, mi capital y mi esfuerzo. Pero ya vendí todas mis acciones al accionista mayoritario de la compañía. De ahora en adelante, Rodrigo no es más que el novio traidor de esta boda”.

Un murmullo de conmoción recorrió la sala. Empresarios influyentes comenzaron a levantarse y marcharse, y los teléfonos sonaban sin parar. Rodrigo se desplomó en estado de shock, mientras Camila se aferraba a la caja como si le quemara las manos.

Mariana lo miró con una sonrisa amarga:

“No estoy loca, nunca lo estuve. La loca eres tú… por creer que podrías enterrarme para vivir con tu amante”.

Con esas palabras, se dio la vuelta y salió de la sala entre miradas atónitas. Algunos invitados la aplaudieron en señal de respeto. El motor del deportivo volvió a rugir y Mariana desapareció entre la nube de humo, dejando atrás una boda convertida en cenizas desde el primer momento.

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