Esa noche, un hombre de rickshaw acompañó a un anciano a su casa sin pagar nada… A la mañana siguiente, una llamada telefónica de la estación de policía lo sorprendió.

Conmocionado, se sentó en el vehículo y pronto llegó a la misma casa. Verma esperaba en la puerta, sencillo y sonriente.

Al ver a Manoj, lo abrazó con cariño. “Hijo, he visto mucho, pero pocas veces corazones como el tuyo. Sin nombre ni rostro, ayudaste puramente por humanidad. Hoy, deseo que todo el país te salude”.

Los ojos de Manoj se humedecieron. “Señor, solo ayudé a un hombre”. A las 10 de la mañana, fuertes medidas de seguridad rodeaban la prestigiosa casa de huéspedes del gobierno de Delhi.

Los medios se agolpaban afuera, los funcionarios se afanaban adentro, pero todas las miradas se dirigieron a Manoj Kumar, el humilde conductor de rickshaw que ayudaba a un anciano a pasar frío. Fue invitado al escenario.

Nervioso, avanzó con un sencillo dhoti-kurta y los ojos llorosos. Frente a él estaban el Ministro del Interior, el Secretario de Defensa y el propio Sr. Verma. Verma tomó el micrófono:

“He defendido a la nación de enemigos externos e internos. Sin embargo, anoche me di cuenta de que la verdadera protección no proviene de las armas, sino de la compasión ciudadana”.

Sacó una medalla de su bolsillo.

“Dedico mi honor personal, el Símbolo del Servicio Nacional, a este hombre; me recordó que la India aún respira en sus hijos sencillos”.

 

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