“Estoy muy gordo, señor… pero sé cocinar”, le dijo el joven colono al gigante ranchero.

“Lo siento, señor… Solo quería ayudar.”

Apretó los dientes, con el corazón roto.

“No hables. Por favor, no te atrevas a dejarme también.”

Pasaron horas antes de que despertara. Cuando abrió los ojos, Ethan estaba a su lado, con la mirada húmeda.

“Pensé que te había perdido”, susurró.

“Soy fuerte, señor”, dijo ella con una débil sonrisa. “Las gorditas somos más fuertes de lo que parecen.”

Se rió por primera vez en mucho tiempo, entre lágrimas.

A la mañana siguiente, Ethan tomó una decisión. Fue al pueblo, encontró a Travis y lo confrontó.
“Te devolveré hasta el último centavo”, dijo, lanzándole una bolsa de monedas.

“¿De dónde sacaste eso?”

 

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