Estudiante le vierte café a su nuevo compañero negro, sin saber que es campeón de taekwondo…

El gimnasio rebosaba de energía. La habitual arrogancia de Tyler había desaparecido, reemplazada por un silencio atónito. Se había sentido humillado, y todos lo vieron. Marcus bajó del tatami, sin sonrisa burlona ni mirada de orgullo. No intentaba demostrar que era mejor, solo que no se dejaría intimidar.

Desde ese día, los estudiantes lo miraron de otra manera. Ya no era solo “el chico nuevo”: se había ganado su respeto.

A la mañana siguiente, Tyler evitó el contacto visual en los pasillos. Mientras tanto, los susurros y los relatos del combate de entrenamiento lo seguían a todas partes. Algunos estudiantes lo exageraban, otros describían cada movimiento con detalle. Pero una cosa estaba clara: Marcus había causado una buena impresión.

No le importaba la popularidad ni la atención. Solo quería que lo dejaran en paz.

Esa tarde, mientras recogía sus libros después de la escuela, Marcus notó que alguien se quedaba en la puerta del aula. Era Tyler, solo esta vez, sin amigos.

“Oye”, murmuró Tyler, moviéndose incómodo. “Eh… sobre ayer. Y lo del café. Me pasé de la raya”.

Marcus lo observó. ¿Era sincero o solo una trampa? Pero había algo real en la voz de Tyler: incertidumbre, tal vez incluso arrepentimiento.

Marcus respondió con frialdad: «No tienes por qué caerte bien. Pero no vas a volver a tratarme así».

Tyler asintió lentamente. «Sí… me parece bien». Dudó un momento y añadió: «Eres bueno. No me lo esperaba».

No fue la disculpa perfecta, pero fue suficiente. Marcus la aceptó. Sabía que no todo respeto provenía de la amistad; a veces, de límites claros.

En las semanas siguientes, el incidente de la cafetería se desvaneció en un lejano recuerdo. Tyler moderó su comportamiento. Él y Marcus nunca se hicieron amigos, pero compartían un entendimiento tácito: una tregua silenciosa.

 

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