«Baja».
Me palpitaba el pecho. ¿Quién le escribiría a estas horas? No podía ser un compañero de trabajo. Fingí estar dormida mientras observaba cada uno de sus movimientos.
Al cabo de unos minutos, se levantó despacio de la cama y salió de la habitación. Lo seguí en silencio, con la rabia ahogada por los nervios. En las escaleras, oí su voz suave:
«No se lo digas a mi mujer…»
Sentí como si algo me apretara el corazón. Esas palabras resonaron en mi mente toda la noche, hasta que, sin darme cuenta, amaneció.
Al día siguiente, desperté con la luz del sol entrando en nuestra habitación. Junto a mi almohada, había una llave brillante y un pequeño trozo de papel. Escrito con una letra familiar:
«Feliz cumpleaños, mi amor. Ahorré durante un año e incluso pedí un pequeño préstamo para comprarte un coche. Las noches que estuve fuera, las dediqué a los trámites y a la búsqueda. Espero que te guste».
Miré fijamente el papel, con las manos temblando. Las noches de duda, los mensajes secretos, incluso los calcetines negros… todo resultó ser parte de una sorpresa.
Afuera, la niebla continuaba. Pero adentro, había una extraña calidez. Sostuve la llave y mis lágrimas cayeron lentamente sobre el papel: lágrimas de alivio, de comprensión y de un amor más fuerte que cualquier lluvia.
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