En la vorágine de las mañanas ajetreadas y la rutina diaria, es fácil pasar por alto los gestos de amor que mantienen unida a una familia. Nos movemos por la rutina, sin darnos cuenta de qué pequeños momentos dejan una huella imborrable en los corazones de quienes más nos importan.
Esta historia nos recuerda el sutil poder de estar presentes.
Esta es la historia completa.
Durante los cálidos meses de verano, mi esposo tenía una rutina.
Cada mañana, llevaba a nuestro hijo Luke, de 6 años, a casa de la niñera de camino al trabajo.
Era algo tan común que nunca lo pensé dos veces.
Un viernes, sin embargo, mi esposo no se sentía bien, así que me ofrecí a llevar a Luke en su lugar.
Solo con fines ilustrativos.
Al llegar a casa de la niñera, sonreí y lo animé a bajarse del coche como siempre.
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