Instalé una cámara oculta porque mi esposo no había “consumado” nuestro matrimonio después de tres meses. La aterradora verdad que se reveló me paralizó…

Después de instalar la cámara, le mentí a Ricardo, diciéndole que me quedaba en casa de mi madre porque no me sentía bien. No sospechó nada; simplemente me dijo con cariño que me cuidara. Me dolía el corazón como si me lo estuvieran cortando, pero aun así logré sonreír. Al salir de casa, me giré para mirar nuestro pequeño hogar. Sentía un gran pesar, no por la separación, sino porque sabía que esa noche tendría que enfrentarme a una verdad, una verdad que podría destrozarlo todo.

Esa noche no pude dormir nada. Me quedé en la cama, pero mi alma estaba en casa. Imaginé todo tipo de escenarios, todo tipo de historias. ¿Traería a otra mujer a casa? ¿Hablaría con ella? Cada segundo, cada minuto que pasaba era una tortura para mí. Me sentía tan débil, tan patética.

A la mañana siguiente, conduje a casa a toda prisa. El corazón me latía con fuerza, como si quisiera salírseme del pecho. Abrí la puerta del dormitorio y lo encontré tan silencioso como siempre. Ricardo ya se había ido a trabajar. Me senté, temblando, abrí mi teléfono y reproduje la grabación de la noche anterior.

En la pantalla, vi a Ricardo regresar a la habitación. No hizo ninguna llamada, ni había otras mujeres. Se sentó en silencio en el borde de la cama durante un largo rato, su espalda irradiando una extrema soledad. Se sentó allí, sin hacer nada.

 

 

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