La amante atacó a la esposa embarazada en el hospital — Pero ella no tenía idea de quién era su padre…
Él no le respondió. Sus ojos —calmos, firmes— estaban en Emily. Y en ese momento, ella sintió algo extraño. No miedo. Reconocimiento.
El hombre entró completamente en la habitación, su postura controlada pero inequívocamente protectora. Su nombre era Thomas Reed; Emily se dio cuenta de que lo había visto una vez antes, en una fotografía desvaída que su madre guardaba en una vieja caja. Su madre nunca había hablado mucho sobre el padre de Emily, solo decía que se fue antes de que Emily cumpliera dos años. Ella pensaba que se había ido para siempre.
Sin embargo, aquí estaba él.
Thomas miró a Olivia y dijo con firmeza: —Suéltala. Esto es un hospital, no tu campo de batalla. —Olivia dudó, luego soltó el brazo de Emily con un bufido. Las enfermeras finalmente entraron corriendo, pero Thomas levantó una mano suavemente. —Está bajo control —les dijo, luego se volvió hacia Olivia—. Vete ahora, o llamaré a seguridad.
Olivia miró a Emily por última vez antes de salir furiosa.
Las enfermeras revisaron los signos vitales de Emily. Su presión arterial se había disparado; los latidos de su corazón eran irregulares. Thomas permaneció cerca de la puerta, en silencio pero presente. Una vez que las enfermeras se fueron, la voz de Emily tembló. —¿Por qué estás aquí?
Él respiró hondo. —Sé que no tengo derecho a pedir tu confianza. Pero soy tu padre. Te he estado buscando durante años. Tu madre se fue sin dejar rastro. No quería interferir en tu vida a menos que tuviera que hacerlo… —Su voz se suavizó—. Entonces vi tu nombre en la lista de admisión del hospital. Y vine.
La mente de Emily daba vueltas. Quería gritar, llorar, hacer mil preguntas. Pero el dolor en su abdomen regresó de repente, agudo, intenso. Thomas pidió ayuda. Las enfermeras la subieron rápidamente a una camilla. —El parto prematuro está progresando. Tenemos que movernos —dijo una de ellas.
Mientras la llevaban hacia la sala de partos, Thomas caminó a su lado, sin apartar la mirada. —No estás sola —dijo en voz baja.
Horas después, Emily dio a luz a un niño prematuro, pero que respiraba. Escuchó su llanto antes de que el agotamiento la sumiera en el sueño.
Cuando despertó, la habitación estaba en penumbra. Su hijo yacía en un moisés a su lado. Thomas estaba sentado en la esquina, con los ojos rojos pero en paz.
—Tienes un hijo —susurró—. Y una familia, si me dejas ser parte de ella.
Emily miró a su bebé, luego de nuevo a él. Por primera vez en meses, la esperanza no parecía una mentira.
A la mañana siguiente, la noticia del incidente en el hospital se difundió silenciosamente. Olivia fue denunciada a la administración por acoso en instalaciones médicas. Thomas, que poseía un bufete de abogados privado en Chicago, se aseguró de que se presentara una orden de alejamiento de inmediato para proteger a Emily y al bebé.
Daniel apareció en el hospital esa misma tarde, con el rostro pálido y aterrorizado. Entró en silencio, mirando al recién nacido en el moisés. —Emily… lo siento —susurró—. Cometí un error. Quiero arreglar esto.
Emily lo miró fijamente. —Te fuiste cuando más te necesitaba. No solo a mí, a nuestro hijo. —Daniel se acercó, pero Thomas estaba ahora a su lado, no agresivo, pero firme. —Ella necesita paz. No caos.
La voz de Daniel se quebró. —Todavía te amo.
Emily negó con la cabeza. —El amor es responsabilidad. No solo palabras.
Él miró a Thomas. —¿Quién es él?
—Mi padre —respondió Emily con calma. Daniel se congeló, sin palabras.
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