La continuación de la historia

Me puse de pie. Mi corazón latía como un tambor. Y pronuncié palabras de las que nunca me arrepentiré. Estaba harto de su humillación.

— Y ahora, ya que hablamos de la verdad… Queridos invitados, todos admiran a este hombre, pero no saben lo que ocurre a puerta cerrada. ¿Saben lo que dijo de su socio, al que acaba de abrazar? «Un estúpido e ingenuo, que sin mí ni siquiera podría imprimir tarjetas de visita».

O de ti —dije con la cabeza hacia su cliente más importante—, un viejo cabrón con dinero, pero sin cerebro. Lo importante es sonreír y asentir.

Me volví hacia los demás:

— Y de sus empleados, dijo que los tiene a raya y que si alguien intenta presionarlos, los aplastaré.

Se hizo el silencio en la sala. Nadie sonreía. Ni siquiera el que suele reír más fuerte.

Y de repente, el cliente más importante de mi marido se levantó de la mesa, se acercó a él y le dijo con calma, casi con frialdad:

— El contrato está rescindido. No trabajo con canallas.

Otro lo siguió. Y otro. La gente empezó a levantarse, a acercarse, diciendo que terminaban su colaboración. Alguien salió de la sala en silencio.

Y él se quedó allí, confundido, con la copa en la mano. Por primera vez en su vida, no sabía qué decir.

Y yo simplemente tomé mi bolso y me fui. Con la cabeza bien alta. Ya no era una sombra.

Y, ¿sabes?, no me arrepentí ni un segundo.

 

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